Volver a ser gente.
José Manuel
Atencia
Los
cristales tintados te permiten ver y que no te vean. Por eso un coche oficial
con los cristales tintados no sólo sirve para llegar a un sitio, demasiadas veces se
utiliza también para esconderse durante el trayecto. El apego al cargo es
directamente proporcional al número de centímetros cúbicos del motor del coche;
al igual que el estatus en el poder viene determinado por la cantidad de
personas que te están esperando cuando te bajas del vehículo. Una señal delimitando
un espacio reservado para coches oficiales es un guantazo al que busca
aparcamiento y no lo encuentra, como lo es el vehículo de un concejal aparcado
en doble fila a la vista de un policía local, o ese otro coche con pegatina
institucional subido a la acera en la puerta de un hotel donde se está
celebrando un acto de partido.
La tontuna
en el ejercicio del poder es una ecuación donde el múltiple denominador es el
número de metros cuadrados que tiene el despacho y donde los años que llevas en
el cargo se obtienen por una simple regla de dos: la cantidad de gente que un
político es capaz de mantener a su lado criticándole por lo que hace. Cuantos
menos tiene, más años lleva. La acumulación de legislaturas también es fácil de averiguar por el nivel de
tonterías que es capaz de decir un dirigente para justificar lo injustificable,
dado que empiezan utilizando medias verdades y se terminan creyendo muchas de sus propias mentiras.
Un político
en la tribuna de un campo de fútbol no sólo está viendo un partido de fútbol,
su presencia también busca enseñarse él mismo al público asistente. No es igual
mantener un contacto directo con los ciudadanos, que situarse en un sitio privilegiado
con el objetivo de que te vean. Hay salones de actos en los que los asientos para las autoridades son tantos que apenas
queda sitio para que se sienten las personas a las que se quieren dirigir. Por
eso los intervinientes deberían saber que la mayoría de los aplausos que reciben son
por peloteo, no por el hecho de que hayan sido interesantes sus palabras.
Que un
político no sepa lo que vale un café ni lo que cuesta el autobús no es una
ninguna tontería. Empiezas a no saber el coste de las cosas cotidianas y acabas
desconocimiento el valor de lo importante.
Los desayunos o se toman en casa o en un bar, y hay que pagarlos. Nadie
viene al mundo con una empresa de catering bajo el brazo, una tarjeta para
endosar los almuerzos y un talonario de justificante de gastos para cenar. Eso es excepcional y también va al capítulo de
gastos del presupuesto público. Viajar
en clase turista es un poco más incómodo que en primera, pero tiene una
diferencia esencial: cuesta bastante menos. Cualquier trabajo es tan duro como el que
tiene un diputado, de ahí que resulte difícil de entender que para llegar a la
pensión se necesiten muchos años de albañilería y pocos de asistencia al
Congreso.
La
desafección de los ciudadanos hacia los políticos esté aumentando al mismo
nivel que se incrementa el hecho de que muchos políticos toman a los ciudadanos
por idiotas. Que las encuestas digan que los ciudadanos están hasta el gorro de
su clase política es consecuencia de la crisis, pero también de que los
recortes estén provocando una escabechina que no afecta a sus privilegios. El
otro día en las redes sociales alguien se quejaba de que la policía local en
una ciudad andaluza tuviera acordonada toda una manzana de calles para que los
ediles pudieran aparcas sus coches oficiales. Alguien colgó una foto de las vallas
y los vehículos estacionados. Otra la rebotó con un pequeño comentario: “Estas
cosas se arreglarán el día que los políticos vuelvan a ser gente”.
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